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La Iris se marchó de su país natal a los dieciocho, cuando la informaron del fallecimiento de su madre. En un barco toréense, navegó por el canal hasta llegar a palacio. Se adaptó a su nueva vida y al trono sin inmutarse e insistió en participar en la corte minutos después de que enterraran a su madre bajo el palacio. Aquella misma noche se quedó despierta hasta la madrugada, leyendo libros de historia Arquiana y sobre diplomacia. Nada la afectaba. Ni siquiera la muerte de su madre. Iris abrió sus ojos verdes y observó el cielo azul brillante. Estaba disfrutando del respiro que se había dado del eterno palacio dorado. Como una cúpula de cristal rodeaba el palacio, tanto en cada habitación como en el interior se reflejaba un tono dorado. Incluso por la noche, los pasillos adquirían un color ámbar oscuro, como si la oscuridad no se atreviese a rozar a las reinas con sus dedos negros Una abeja le picó en la garganta. Una picadura fuerte que dio paso a un ligero dolor la picadura de la abeja le empezó a doler más, hasta que a Iris le fue imposible respirar. la garganta se le llenó de saliva. ¿Era alérgica? Acercó una mano a la picadura y encontró una rugosidad enorme en la piel. al apartar la mano la encontró llena de sangre. Algunos balbuceos escaparon de sus labios. Una persona se cernió sobre ella, mostrando una dentadura brillante en señal de amenaza y regocijo. Un rayo de sol se reflejó en un cuchillo delgado que goteaba sangre. Iris sintió una punzada de ira cuando la sangre caliente empezó a salir en borbotones de su cuello. Agitó los brazos hacia atrás y tiró la corona al suelo.
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